domingo, 19 de abril de 2009

Introducción a una teoría de la Historia para América Latina

Autor: Luis Vitale

Capítulo 1: Necesidad de una teoría de la historia para la investigación de las formaciones sociales latinoamericanas.

Basada en la concepción unilineal de la historia y en el modelo eurocéntrico de desarrollo, la historiografía tradicional ha bloqueado el análisis teórico de las especificidades de América Latina. El resultado es que no tenemos una teoría de la historia para estudiar las particularidades de América Latina y el Caribe.
Esa teoría que nunca se da acabada sino que está en proceso permanente de creación, surgirá del estudio de nuestra propia realidad y evolución histórica, fundamentado en una epistemología específica y en un nuevo método de análisis. Las investigaciones empíricas de la historiografía tradicional son insuficientes, porque las fuentes documentales fueron procesadas desde el ángulo positivista y neopositivista. Necesitamos compulsar de nuevo esas fuentes y descubrir otras que los historiadores burgueses ocultaron por obvias razones.
Las historias universales elaboradas hasta ahora no son tales, porque han sido redactadas desde un punto de vista eurocéntrico. De nuestra América hay sólo breves referencias a los imperios mayas, incas y aztecas. Para dichas historias universales, la historia de América comenzará con el llamado “descubrimiento”.
Ni siquiera en la época moderna tales historias son realmente universales, porque toda la historia del “tercer mundo” se hace girar en torno a Europa, soslayando el proceso endógeno de evolución de los pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos, con excepción de los EE.UU.
El resultado de esta manera de estudiar el pasado es que no existe una teoría realmente universal de la historia. Podría hablarse de una teoría de la historia de contenido eurocéntrico, en función del mundo mediterráneo y de Europa occidental. Resulta una teoría europea de la historia mundial y no una teoría propiamente universal de la historia.
Las historias de las civilizaciones que aspiran a cubrir las diferentes culturas con especialistas por regiones están impregnadas de una concepción limitada que impide captar el proceso desigual, articulado, combinado, especifico-diferenciado y multilineal de la historia, presentando un rosario de civilizaciones aisladas. Los que pretendieron esbozarla de manera global, no pasaron más allá de la historia comparada morfológica, cayendo en la metahistoria, en la búsqueda del “alma de las civilizaciones” o del choque de éstas para generar una “religión superior”.
La toma de conciencia acerque de que Europa occidental no es más el centro del universo, junto a la insurgencia anticolonialista de los pueblos, contribuye a replantear el estudio de la historia universal.
Para completar esta toma de conciencia histórica faltaría analizar qué era Europa occidental antes de la era moderna y en qué estadio de la civilización estaban Inglaterra, Francia, los Países Bajos y Alemania en el comienzo del medioevo. Mientras ellos estaban gateando en la historia, hacía varios siglos que en nuestra América se había iniciado la revolución urbana, desde Teotihuacan hasta el Cuzco, mientras en Asia y África seguían haciendo historia civilizaciones milenarias.
Se ha tomado a Europa occidental como modelo de desarrollo histórico, considerando anómala la evolución de Asia, África y América Latina. ¿Acaso Europa no ha sido precisamente la excepción? Es el único continente que ha pasado por la secuencia esclavismo-feudalismo-capitalismo. ¿Por qué, entonces, fundamentar una teoría de la historia sobre la base de un continente cuya evolución ha sido la excepción en la historia universal? Una de las razones para justificar es que la evolución de Europa occidental dio paso a la conquista del mundo y, por ende, a la mundialización de la historia.
El hecho objetivo es que a pocos años de finalizar el siglo XX no existe una interpretación global del desarrollo de la humanidad.
La evolución de la humanidad vista desde la perspectiva de cada una de de las regiones del llamado “tercer mundo” significaría una ruptura epistemológica con la hasta ahora considerada historia universal, terminando con el eurocentrismo deformador de la humanidad.
Simón Rodríguez, en la primera mitad del siglo XIX decía: “en lugar de pensar en meros, persas o egipcios, pensemos en los indios (…)”. Esta afirmación no significaba un desprecio por la cultura universal sino que constituía un llamado de atención para que comenzara a estudiarse la especificidad de nuestra historia.
José Martí a fines del siglo XIX dijo: “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana (…)”. Más explícito aún fue José Carlos Mariátegui al señalar en 1928: “ni calco ni copia”, en el intento por encontrar las particularidades, rompiendo con la recurrencia de los investigadores al traslado mecánico del modelo de evolución europea.
José Luis Romero advirtió que “el esquema de las corrientes ideológicas de Europa occidental no puede servirnos de modelo (…)”.
Sólo alertamos sobre la necesidad de no trasladar sus esquemas al estudio de nuestra historia; apliquemos creadoramente sus aportes a la realidad americana en pos de una teoría que dé cuenta de nuestra particular evolución.

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