Introducción
Dos héroes populares de la Rev. Mexicana fueron asesinados: Emiliano Zapata y Francisco Villa. Los caudillos locales dominaban en los estados, la infantería de marina norteamericana ocupaba Veracruz, en las montañas cercanas a las ciudades de Córdoba y Orizaba el ejército constitucionalista se prepara para la siguiente serie de batallas.
El presidente títere elegido por la Convención de Aguascalientes, Eulalio Gutiérrez, se mostraba incapaz de influir en el curso de los sucesos. Todo aquel que se hubiese autonombrado coronel o gral y que tuviera por lo menos un millar de hombres bajo su mando tenía asegurado un lugar en la Convención. En México, la fuerza social esencial que predominó en la Rev fueron las bandas armadas y sus caudillos.
La repentina aparición de jefes, como Villa y Zapata en el centro mismo de la lucha mostró ser demasiado molesta para los ciudadanos de la clase educada. Las celebraciones del Centenario del Grito de Dolores era más bien celebrar los logros del presidente Porfirio Díaz que conmemorar a Miguel Hidalgo. Desde 1876, cuando Díaz ocupó el poder por primera vez, México había gozado de la doble bendición de la estabilidad política y del progreso económico. La tasa de crecimiento de población aumentó lentamente.
Un grupo de intelectuales que orgullosamente se autodenominaban los científicos se convirtieron al positivismo comtiano y aclamaron a Díaz como el fundador de la etapa industrial y científica de la historia de México. Los científicos aceptaron la dictadura porfiriana como instrumento del progreso material. A principios del siglo XX, el Estado mexicano poseía recursos para hacer respetar su autoridad en el interior y en el extranjero. Hasta un crítico del porfiriato admitió que el país “había encontrado en su estructura y en su estabilidad propias, la fórmula definitiva del gobierno nacional”.
Hay un problema central de la rev. ¿Cómo fue posible que un país que tan firmemente se encontraba en el camino del desarrollo económico descendiera tan rápidamente a un tipo arcaico de anarquía política? ¿Por qué la república se vio agobiada por bandas armadas reclutadas en el interior y en el campo? Puede decirse que si bien la economía floreciente se dedicaba a la exportación, la sociedad rural y su cultura política continuaban sin cambio. Al disolverse el estado nacional durante la revolución, el país sencillamente regresó a las guerras civiles. Cuando Zapata tomó las armas, siguió la tradición familiar. México era el clásico país de bandolerismo.
En México, la rebelión contra la corona española la dirigieron los sacerdotes campesinos y la clase media de la provincia, quienes movilizaron a las masas rurales a tal punto que su movimiento llegó a parecer una rebelión campesina. Cuando ejecutaron a los primeros jefes, las bandas insurgentes restantes fueron encabezadas por “trabajadores de campo, mayordomos y arrieros”, hombres que se sentían igualmente inclinados a bandolerismo que a la guerra.
Igual que en la Argentina de Rosas y Facundo, en México hubo un conflicto abierto entre la ciudad y el desierto. Aun durante la Guerra de Tres años de la Reforma (1858-1861) cuando los principales caciques regionales se unieron y derrotaron a lo que quedaba del ejército regular comandado por los jóvenes coroneles Miramón y Osillo, la progresista élite urbana conservó la jefatura de la coalición victoriosa. La lucha de estos años consolidó la reputación de Benito Juárez. Eludiendo los límites de la constitución escrita, Juárez intentó convertir su cargo en una monarquía informal electiva que se convirtiera en el punto nodal de la identidad nacional. Al estado mexicano lo encarnaron las personas de Juárez y Díaz. Esta consolidación del poder ejecutivo central fue acompañada por el surgimiento de poderosos gobernadores estatales y de caciques distritales.
Francisco Bulnes dijo que la presión del hambre podría impulsar a México a la revolución. Su conocimiento de la historia mexicana ofrecía muy pocas razones para prever algún peligro de rebelión popular. El cambio al patrón oro en 1905 junto con la crisis comercial norteamericana en 1908, impulsó la economía a la depresión: la producción manufacturera estaba estancada, los precios de exportación descendieron, las deudas crecientes de los propietarios de tierras ponían en peligro la estabilidad del sistema bancario. Esta depresión económica gral fue la que estimuló la ola de huelgas en 1906-1907, seguida por algunas insurrecciones rurales y la agitación anarquista. En las clases medias el descontento creció por el continuo dominio de los científicos.
La oposición urbana a otra reelección de Díaz le brindó su apoyo al gral Bernardo Reyes. Se creía que era nacionalista, y contrario al control extranjero de la economía de exportación. Se formaron en la mayoría de las ciudades clubes políticos para apoyar su campaña presidencial. El objetivo mayor era la renovación del sistema político en combinación con una política social progresista y no un deseo de cambio revolucionario. En esa ocasión Reyes se negó a lanzar un desafío abierto contra Díaz, quien después de enviar a su rival afuera, logró reelegirse por 8º vez. En 1910, Díaz tenía 79 años y su régimen había entrado en la chochez. El ejército federal tenía defectos similares, tenía grales de 80 años, coroneles de 70 y capitanes de 60. Luego de estar 30 años en el poder, el régimen porfiriano aún dependía de Díaz y de su amplio grupo de amigos y servidores.
Madero organizó la oposición contra Díaz. Derrotado mediante un fraude electoral en 1910, Madero cruzó la frontera norteamericana y encabezó la insurrección. La campaña militar tuvo éxito gracias al apoyo de las bandas armadas que se habían reclutado en el campo. En 1910-1911, Villa, Orozco y Zapata hicieron su aparición. Después de que Díaz renunció, Madero apresuró a aceptar un tratado de paz que le permitió ocupar la presidencia mediante una elección gral y no por la fuerza de armas. Su lema “libertad de sufragio. No reelección” le dio amplia popularidad.
El deseo de Madero de aceptar un arreglo constitucional expresaba su aversión por la revolución genuina. Su negativa a emprender cualquier purga amplia de la burocracia o del ejército lo apartó de sus seguidores. Su gobierno se vio desafiado por una serie de revueltas. A medida que la autoridad de la presidencia disminuía, el poder real se deslizaba hacia los estados y hacia las localidades donde las tropas creadas para combatir a Díaz aún conservaban sus armas. La incapacidad de Madero para comprender la naturaleza de las fuerzas que había desatado produjo la desintegración del Estado mexicano. “La disolución de este gobierno causó la guerra, no ésta la disolución del gobierno”.
El asesinato de Madero por parte de Huerta encendió la mecha de la Revolución, ya que la renovación política implicó entonces la destrucción del ejército federal y la renovación completa de la burocracia porfiriana. Los estados fronterizos de Sonora y Coahuila se negaron a reconocer a Huerta como presidente.
La revolución fue una guerra de sucesión en la que luchó el ejército federal contra los estados del norte. Para vencer a Huerta y a los elementos porfirianos que lo apoyaban, los constitucionalistas forjaron una alianza con una coalición heterogénea de caudillos rurales, jefes campesinos y ex bandidos. Sólo después de la caída de la ciudad de México, Obregón, comandante del ejército de Sonora, pudo obtener el apoyo urbano al formar los Batallones Rojos que reclutó entre los artesanos y los obreros de la capital.
Con la derrota de Huerta, el estado mexicano se disolvió y las bandas armadas y sus caudillos controlaron el poder político. Los jefes constitucionalistas intentaran obtener apoyo o la autorización de los caudillos con la promesa de hacer una reforma agraria. La tarea de crear un estado nacional absorbió todas las energías y el talento político de los presidentes que gobernaron México hasta 1940. Para ayudarse pudieron contar con las ciudades y la clase media urbana.
J. B. Alberdi había insistido en que la verdadera fuente de poder de los caudillos de Argentina no era el terror ni la violencia militar, sino que se basaba en el poder económico de Buenos Aires. Así también en México las ciudades y la capital eran las que siempre habían ofrecido la base para el Estado nacional. El desafío del campo siempre fue pasajero.
¿Qué sucedió con la revolución agraria? La creciente concentración de la propiedad agraria en las grandes propiedades, la explotación despiadada de los trabajadores agrícolas y el continuo deterioro del nivel de vida popular, eran razones suficientes para que hubiera una revolución. Turner denunció al régimen porfiriano por aliarse con el capital norteamericano y por su complicidad en la explotación de las masas rurales.
Frank Tannenbaum contrastó la revolución mexicana con su equivalente bolchevique: fue obra de la gente común. Ningún partido organizado presidió su nacimiento. No hubo grandes intelectuales que redactaran el programa. Fue una lucha por la tierra entre las grandes propiedades y las aldeas indígenas. Pero también expresó la profunda oposición de las ciudades conservadoras y del campo radical. Considera a Zapata la figura más representativa de la revolución agrarista.
Debían encontrarse razones para justificar la destrucción total de las haciendas. McBride y Simpson: las haciendas mexicanas eran una institución feudal, que dependía de las deudas de sus peones para obtener mano de obra y que se caracterizaba por una intervención intermitente y exigua en la economía de mercado. Orozco era un liberal, condenó la Ley de Lerdo de 1857, atacó las haciendas por su monopolio de la tierra y por el poder despótico que ejercían los propietarios sobre sus peones. Basándose en la expropiación violencia de las tierras indígenas después de la Conquista, las haciendas continuaban siendo un cáncer social, una institución despótica y feudal que impedía el desarrollo de la democracia social en el campo.
Molina Enríquez, un positivista radical contrastó los vastos territorios ociosos de los latifundios con las parcelas intensamente cultivadas de los rancheros y de las aldeas indígenas. Afirmó que la gran propiedad no era negocio, sino un patrimonio feudal, a menudo poseído por la misma flia durante varios siglos, que tiranizaba a tal grado a sus peones que eran poco menos que siervos. A la inversa de los empresarios, los propietarios de tierras buscaban una utilidad baja pero segura de su capital y el resultado era que las haciendas sólo sobrevivían debido a los bajos salarios de sus peones. En el centro del país, las grandes propiedades restringían el cultivo del trigo y del maíz a las áreas limitadas de la tierra que contaban con irrigación, así que la gran mayoría de los años los mercados urbanos eran abastecidos por los pequeños propietarios y por los aldeanos. En resumen, las haciendas eran una institución antieconómica que impedía la explotación racional del suelo por la clase enérgica y creciente de los rancheros.
Tannenbaum descubrió que muchos campesinos se ganaban la vida como arrendatarios y medieros. El problema aquí es que si los propietarios de tierras estaban a punto de convertirse sólo en arrendatarios, entonces la fuerza del argumento feudal contra las grandes propiedades se debilita.
Hubo una pronunciada concentración geográfica. McBride vio en este estrato una clase media rural, que se había beneficiado con la implantación de las Leyes de Reforma liberales. Todavía no resulta claro cuál era la situación de los rancheros. En la zona montañosa, las grandes propiedades que habían dominado el país desde la Conquista se dividieron a mediados del siglo XIX y sus tierras fueron compradas por campesinos y ex arrendatarios.
Había conjuntos de pequeñas propiedades y ranchos en toda la república, a veces dominando distritos enteros y a veces rodeadas y amenazadas por las grandes propiedades. Había un cambio constante de la propiedad y los ranchos se dividían y se unían de nuevo en cada generación, de acuerdo con las leyes de herencia y la actividad de la empresa individual.
La imagen feudal de la hacienda obtuvo una amplia aceptación y en parte fue porque los progresistas y los populistas estaban de acuerdo en la necesidad de una reforma agraria. Desde la década del 1880 sus propietarios habían invertido grandes sumas en la compra de ingenios muy modernos y en introducir modernos métodos de cultivos. Pero cuando más comercial era la orientación de una propiedad, menos parecían beneficiarse los trabajadores. En 1880 se vio obligado a convertirse en medieros o bien en abandonar la propiedad.
El desarrollo económico gral del porfiriato produjo una gran mejoría en la agricultura, mejoría que de ninguna manera se limitaba a las propiedades que se dedicaban a abastecer el mercado de exportación. No fue el feudalismo sino una forma más intensa de capitalismo agrícola lo que amargó a los campesinos mexicanos. Sabemos poco acerca de los cambios en la tenencia de la tierra. La Campaña Deslindadota establecida por las Leyes de Terrenos Baldíos limitó sus actividades a las zonas escasamente pobladas de la frontera del norte, a los estados del Golfo de México y a las selvas del sur.
Durante la primera mitad del siglo XIX, cuando la agricultura se vio arruinada y las deudas a la iglesia eran agobiantes, muchas propiedades se dividieron y se vendieron en parcelas pequeñas. Pero en la zona del centro donde se cosechaban cereales, la razón económica de la acumulación de tierras de ninguna manera resulta clara. Si las haciendas no eran ya una unidad de producción, desaparecieron los obstáculos para vender los ranchos lejanos.
La aplicación de las Leyes de Reforma produjo una serie de rebeliones indígenas en los estados de Hidalgo, Puebla y México. A medida que las tierras se distribuían en forma individual entre los aldeanos, los políticos conspiraban con los terratenientes y los funcionarios locales para robarles a las comunidades por lo menos parte de su territorio. Dentro de las aldeas indígenas se compraban y se vendían tierras de forma individual, una tendencia que ya había producido una considerable concentración de la propiedad.
Es posible que aquí haya evidencias de una tendencia secular que se remonta al período colonial, tendencia que se caracterizó por el deterioro de la tenencia comunal de las tierras cultivables y por el surgimiento de una élite aldeana. Desde esta perspectiva las Leyes de Reforma sencillamente aceleraron la circulación de la propiedad, permitiendo la entrada de los extraños para que adquirieran tierras de las aldeas y lo que es más importante, le permitió a la élite interna consolidad su dominio. Después de todo, estos caciques locales eran los que más causaban el resentimiento popular.
Se encuentra el gran enigma de la relación de los campesinos con la Revolución. El relato de John Womack contiene el claro mensaje de que en la lucha heroica de los zapatistas contra los empresarios de las plantaciones y los generales constitucionalistas se fundó la verdadera esencia de la revolución mexicana.
Jean Mayer adaptó a la realidad mexicana la tesis de Tocqueville, definiendo a la revolución como “el clímax del proceso de la modernización iniciada a fines del siglo XIX, fue el perfeccionamiento y no la destrucción de la obra de Porfirio Díaz.
Los cristeros y los constitucionalistas soñaban con un sistema político en que las aldeas pudieran determinar su propio destino, que la tierra se distribuyera individualmente entre los propietarios, sin la intervención del estado. Lo que es igualmente importante, estos dos movimientos campesinos fueron brutalmente aplastados por el “nuevo estado autoritario y capitalista” creado por la coalición victoriosa de los caudillos norteños. Los Batallones Rojos reclutados entre los obreros de la ciudad de México contribuyeron activamente a reprimir a los zapatistas. La Cristiana es un ejército en la vía negativa.
jueves, 5 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario